jueves, 30 de noviembre de 2017

No quiero

Es un inmaduro.
No sabe lo que quiere.
Ni siquiera sé si me quiere a mí.
Juega a la ruleta rusa en el amor y siempre es él quien termina ganando.
Pero me dispara sus dientes cuando sonríe y ese es un vicio del que no puedo ir. Irremediable.
Partidario de las más grandes locuras de mi vida y fundador de en esta vida vives o mejor muérete.
Tiene una forma peculiar de besarme: como si estuviese bebiendo el veneno desde el envase.
Tanto así que, tengo la certeza de que, en un beso me robó y jamás me devolvió a mi mundo.
Y desde entonces vivo a oscuras en el suyo, al lado de alguien que ama la destrucción de escuchar una canción triste a las dos de la madrugada.
Me muerde los labios cuando está enfadado y me rompe la ropa cuando al mirarme se enamora de un lunar nuevo que no se había percatado la vez anterior.
Porque si algo es, es eso: un tremendo despistado.
A veces no se da cuenta la forma en la que lo miro cuando mira su serie favorita; o cuando sus labios me parecen algodón de azúcar, ni cuando está tumbado en la cama y le doy un beso.
Ni cuando le tomo de la mano cuando está del otro lado de la cama; ni cuando lo abrazo o cuando terminamos de hacer el amor mientras tiene la mirada perdida en la habitación, y la mía perdida en la constelación de lunares que tiene en su espalda.
Mi chico es un inmaduro, un despistado y un maldito, pero aun así lo quiero con una locura desenfrenada: como un lunático puede amar la luna.
No quiero rehabilitarme de él.
No quiero.
Y esta vez no tomaré antidepresivos para enfrentar este amor.
Es un maldito bastardo, y sin embargo, lo amo.

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