lunes, 14 de marzo de 2016

Germinar

Mi madre me enseñó que aunque tenga dolor, debo prestarle más atención a lo que sucede a mi alrededor. Porque el dolor siempre seguirá ahí, por algunas días, semanas, pero esos días o semanas podrían convertirse en años. Pero lo que sucede a tu alrededor no podría sucederte más en la vida.
Y por eso es que a veces llego a la conclusión: sobre el sufrimiento uno no puede decidir en él, más sin embargo, lo que te sucede te puede elegir a ti, como principal espectador.
Para que lo disfrutes, para que te rías con ello o no, porque hay un gran mundo de diferencia. Siempre he pensado que, ciertas cosas, como la risa, es mejor compartida porque todo compartido es mejor. Y qué bonito es encontrar a alguien que nos haga reír aunque no esté, porque hay con quiénes se crea una conexión tan grande, con tanto magnetismo, que cuando no se tienen el uno al otro para un simple abrazo, se siente cierta electricidad en el aire. Te sacude el cuerpo, incluso los pensamientos te los alborota y te despierta algún que otro pensamiento adormecido. Y piensas rápidamente en él, en ese alguien tan especial para ti.

A veces tener a alguien para compartir un poquito más que los insomnios, es el regalo más grande que te puede ofrecer la vida. Y hay que verlo en el momento, porque, así como solo hay personas que sólo pasan una vez en tu vida, también hay historias que solamente se escriben una vez. Y a veces es el demasiado tarde quién la escribe por nosotros. A veces somos tan ciegos que hasta me duele la idea de no ver lo que ha dejado de ser invisible para que lo veamos en todo su esplendor y belleza.

Siempre nos quedará, dentro de algunos años, la oportunidad de releer el libro y ver en qué fallamos, pero hay que hacer hasta lo que no se debería por no arrancarle una lágrima a quien ha florecido en nuestro lugar. Y muchas veces donde estamos parados no es un buen lugar donde alguien quisiera germinar.

viernes, 11 de marzo de 2016

¿Por qué tú?

Porque contigo aprendí a ser fuerte, a no dejarme ir en la primera vez, sino ir por mucho más, porque merezco más que los restos de lo que otros han dejado en el camino. Me enseñaste que no debo conformarme sino reformarme cada vez que tenga la oportunidad.

Porque contigo supe lo que era amor, no ese de palabras y jugueteos, sino aquel intenso y letal; porque, decías, que el amor para ser bueno tiene que tener dos caras totalmente opuestas, porque se hace una idea errónea desde el momento en el que nos interesa saber más los conceptos, que sentir en carne propia los sentimientos. Si hay que amar, hay que amar en las buenas y en las malas, quiero decir, es necesario aceptar tal cual el otro es, porque nadie es santo ni demonio.

Porque contigo hablé de las cosas que me dolían y nadie, absolutamente nadie, descifraba lo que mi mirada gritaba desesperadamente. Porque siempre fui, como te dije desde un principio, la chica que cuando encuentra algo con lo que se identifica: va, lo abraza y lo rompe.

Porque contigo todo lo extraordinario me pareció tan normal que me dio tanto miedo ir a por ello, que me hiciste ver la esencia de las pequeñas cosas, de lo importante que es saber que en el mundo no se van a encontrar dos personas iguales, porque cada uno de nosotros tenemos algo que nos hace únicos. Y al hacernos únicos, nos hace perfectos.

Porque contigo sentí a flor de piel lo que era tener un corazón roto y no un corazón agrietado. Siempre había pensado que lo tenía tan roto que era prácticamente imposible volverlo a amar, porque ciertas partes, pensaba que se las habían llevado hace mucho. Y no, en realidad, estaba con tantas grietas por las cuales cualquiera podía colarse o huir. Y a mí siempre me aterrorizó más la idea de tener un corazón agrietado, porque es aquel que resiste en romperse, que llega un punto en el que se rompe con toda la brutalidad inexistente.

Porque contigo empecé a desnudarme tal cual era, sin miedos, ni inseguridades, ni siquiera ya el pasado me veía como si tratase de impedir que construyera algo bonito donde me encontraba.

Porque contigo las fotografías pasaron a segundo plano y desde entonces, cuando estoy contigo, pierdo la noción del tiempo. Me olvido de lo que un día ardió en mi piel, de lo que me agrietó el corazón, de lo que hizo que fuera la persona que soy. No es fácil decir ni enorgullecerse por ello, pero tú me enseñaste a que debo levantar la cabeza siempre que hablo de la que un día fui, porque, al fin y al cabo, es lo que forjó para que ya no siguiera haciendo las cosas de la misma manera, a tratar igual a como me tratan, a no dejar mis ojeras en las noches equivocadas ni mi vida en los lugares donde sólo se habla de soledad.

Porque contigo el cero empezó a tener valor. Y mira que eso va en contra todas las reglas matemáticas. Y es que me niego a contarle a los demás de la vez que me hiciste violar las leyes del universo.