martes, 5 de abril de 2016

Él

Piensa que he vivido todas las guerras a tu lado: a veces las he peleado, y otras las he perdido, pero siempre estuviste ahí para darme un abrazo para componerme de nuevo la sonrisa y los grandes pedazos rotos del suelo.
Solo te digo ven y lo dejas todo para venir a por mí. Te tumbas conmigo si hace falta en el duro y frío suelo cuando caiga, algo que hago muy a menudo, y te acurrucas por mi espalda para darme un suave beso de buenas noches.
San Francisco lo supo, supo de este amor incontable, para mi hasta inimaginable. Y de todas y cada una de las veces que trasnochamos con la felicidad de la mano y al tiempo le rompíamos las rodillas para poder después salir corriendo, como dos niños pequeños en busca del atardecer que tanto te gustaba desde un principio.
Encontré a esa persona que yo buscaba con tanta necesidad y a punto de saltar del Golden Gate, mientras no paraba de mirar al vacío como una loca, bueno como lo que soy. Y de esto último no me quedó la menor sospecha de que siempre lo he estado, supongo que esa será una de mis cualidades.

Aquella noche no fueron las estrellas las que brillaron, sino él, como suelo hacerlo. Era demasiado él, demasiado triste a veces y otras exageradamente feliz, pero siempre con esa sonrisa que te hacía olvidar cualquier problema por muy grande que fuera. "Los chicos rotos brillan por las noches".
Ojalá algún día tengas la oportunidad de encontrarte a un chico así, para que puedas comprobar tú también que la tristeza que radica en unos ojos puede superar a cualquier luna de Mercurio, cualquier  sol de Marte o cualquier galaxia del universo.
Tenía voz de canción y mirada de película, de esas inolvidables. Podía domar a cualquier león y también podía despertar ese mar violento que suelo llevar dentro.
Él es insoportablemente perfecto, jodidamente loco, exageradamente él.
Simplemente él, simplemente mío.



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