viernes, 6 de octubre de 2017

Un desconocido

Extraños.
Eso somos.
Un mundo tan grande.
Un infinito tan pequeño.
Personas que son un mundo.
Otras que lo encuentran cuando alguien los toma de la mano.
Cuando las besan.
Cuando les hace temblar hasta lo que tenía seguro que no bailaba.
Los vemos pasar a diario, a cada segundo, a cada palpitar.
Nos enamoramos de algunos, odiamos en cambio a otros simplemente a primera vista.
Nos entristecemos al saber que jamás los volveremos a ver.
Nos hacen suspirar.
Extraños, como lo desconocido, pero con la posibilidad de ser conocidos.
De aferrarse.
De soltarlos y dejarlos ir.
De darles una oportunidad de abrirles el pecho y quedarse expuestos a la vulnerabilidad.
Un par de miradas bastan para saber a quién vas a echar de menos en el momento que mires a otro lado.
Ves pasar al posible amor de tu vida al lado del amor de su vida.
Y lo peor es que no has cruzado palabra ni tropiezo, canción ni verso.
Sólo un par de domingos en los que, sentados en el parque, levantas la mirada y le ves feliz.
Otras veces triste.
Desconocidos o descosidos, porque no sabes si están realmente luchando ahora mismo contra la guerra de su vida.
Desconocidos que te traen tanta en paz de tanta guerra, que te traen el desierto ante semejante tormenta a la que te enfrentas, que te llena los ojos de ilusión y la boca de silencios.
Unos te traen; otros te llevan.
Se desvanecen en un pestañeo, en un respiro, en una distracción.
Que lazo más fuerte el que se crea entre los dos extremos de un río cuando deciden crear un puente.
No le abras la puerta a un desconocido.
Perdón, ya la he abierto un millón de veces y no me arrepiento de haberlo hecho, independientemente de los portazos de después.

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