lunes, 9 de abril de 2018

Volver a creer

Tengo el vicio de enamorarme de la piedra antes que del camino.
Ir aprendiendo con los ojos cerrados que ir despistada encontrando mis errores a lo largo de él.
Ir recolectando cicatrices,en vez de sonrisas.
He tenido que acostumbrarme a la deriva de un corazón roto e ir descubriendo miradas tristes en cada atardecer en el que voy.
Quemar página cada año no significa que todo el libro estará bien, sino que decidiste borrar la mancha del lugar del crimen.
Que todos tus errores quedaron en el pasado y que cada vez que te das vuelta a ver, hay alguien que aún no ha cerrado los brazos.
Hay alguien esperando.
Pero luego te das cuenta de que no puedes regresar.
Que todo depende de las circunstancias que te empujaron a dónde estás el día de hoy.
Y él piensa que le estás dando la espalda, cuando en realidad te estás yendo.
Cada vez más lejos.
No sabes adónde, pero lejos.
Se queda quieto.
Esperando una bala que le atraviese la tristeza y acabe con el dolor que provoca lo que nunca pasó y nunca será.
"Ojalá algún día me ame tanto como yo vivo recordándole", me digo a mí misma cuando, mirando el atardecer, me resigno  y entiendo que hay personas que no son como quieres que sean.
Igual las cosas.
Igual la vida.
Igual todo.
Y, mientras camina pisando las hojas del frío otoño, pensando de si me ama o no, mis lágrimas empiezan a teñir la tarde con la negrura de una noche infinita.
De pronto, oscurece.
Hay grillos cantando.
Lagos calmados que suenan con la suave brisa de un soplo de viento enamorado.
Y se envuelve con aquella sonrisa que le cobijó más de una noche.
Con aquella voz que calmó hasta el más fuerte de mis fantasmas.
Con aquellas manos que calmaron el infierno de mi piel necesitada de una caricia.
Con aquella mirada que me hizo temblar y sentir que era la dueño de algún mundo.
Entonces comprendo la dura realidad: de que el amor que das, podría no ser devuelto con la misma medida y calidad.
De que el amor jamás se debe mendigar: ni los besos bien dados ni el buen sexo, ni los abrazos salvavidas ni las llamadas cuando sientes que todo carece de sentido, ni siquiera la estancia del otro en la vida  de uno: quien quiera estar, siempre estará, aunque ambos estén distanciados abismales y los demás piensen que son unos ilusos por creer en ello.
A veces el amor nos salva.
Otras veces, nos deja echando de menos un imposible.
Y, cada noche, caemos en él.
Como un vicio que te termina carcomiendo los huesos.
Y lo veo irse por el mismo camino por el que vino algún día, mientras espero volver a creer.
En alguien.
En algo.
O en mí misma.
No lo sé.
Pero volver a creer.


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