sábado, 27 de enero de 2018

Accidente

-¿Por qué estamos aquí?
➛No lo sé. Quizás sea porque surgimos de un accidente.
-O de una coincidencia.
➛No creo en ellas.
-¿Por qué?

Y la besó. Olvidándose de si quemaba o ardía. De si tenía espinas o corazas. De si mañana el otoño le haría recordar cada beso que le dio a finales de agosto o de si estaría en el mismo lugar acompañado de la soledad y de un par de fotografías que le retorcerían la nostalgia.
La tomó de la cintura y le dio mil vueltas al asunto. Ella, sin respirar, siguió dándole cuerda al instante. Cerró sus ojos y, a medida que se alargaba el beso, una chispa empezó a crepitar en el cielo oscuro y frío de la noche.

-¡Oh! ¡Mira, una estrella!

Ambos no sabían de qué iba el tema, pero inconscientemente estaban haciendo historia.
Ella dejó en él lo que se prometió a sí misma que nunca nadie tendría.
Descubrió sus cicatrices y se mostró vulnerable.
Él, en lugar de juzgar, se dedicó a besarlas, una por una, con duración de tiempo diferente, porque unas eran más grandes y profundas que otras.
Unas eran precipicios y otras aún eran cascadas.
Unas le causaban cosquillas, otras aún le causaban dolo.

-¿Por qué haces esto?
➛No lo sé, creo en los accidentes.
Él creía que los besos curaban.
-¿Por qué me haces esto?
➛No creo en las casualidades, pero sí en el accidente de tenerte ahora mismo, aquí, conmigo. Porque sé que me harás daño y yo te haré daño a ti. Este es un daño por mutuo acuerdo y me entristece, pero a la vez me alegra haberte conocido y que me dejes futuras heridas.

Le acarició la mano y sintió el calor. Esa clase de calor que no quema ni congela, sino que más bien, alienta. Atrajo su rostro hasta él y se besaron como si ninguno de los dos hubiera tenido pasado.

Besarse de aquella manera fue su forma de decirse: fue un gusto habernos herido y un placer llevar tu beso como cicatriz

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